A lo largo de mi vida he ido a algunos conciertos, no a todos los que hubiera querido (de hecho a todos he querido) pero he ido a los mejores que se han presentado en México.
En 1994 fui a ver a los majestuosos rucos de Pink Floyd. Ya sin Roger Waters; David Gilmour, Nick Mason y Richard Wright nos dieron a unos miles de mexicanos un súper espectáculo de luz y sonido (vulgar, pero precisa frase). Fue un crimen, porque no se llenó el escenario del Autódromo de los Hermanos Rodríguez. Pero creo que ni a Pink Floyd le importó, ya que los del público estábamos prendidísimos.
Puedo decir sin temor a equivocarme que ha sido el mejor concierto de mi vida, aunque compararlo con otros es medio arriesgado, lo puedo hacer y así es.
Por cierto, ése día me dio fiebre y así me fui… Con calentura, pero decidido a ver a Pink Floyd…
Al día siguiente me dio varicela y también sin temor a equivocarme digo que fueron las peores semanas de mi vida.
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En el mes de abril, de la noche a la mañana anunciaron la venta de boletos con ocho meses de anticipación (que no mamen…) y pues yo era un pobre veinteañero lleno de compromisos que ganaba dos pesos a la semana y no tenía tarjeta de crédito… Pues mi salida fácil fue empeñar una cámara fotográfica Zenith de mi hermana. Ella piensa que con eso los compré, pero la verdad es que no me dieron mucho por la camarita y tuve que hacer otros trucos para conseguir para los boletos.
El día de la venta de boletos, me fui tempranísimo a formar a una tienda de discos en la Zona Rosa. “Tempranísimo” eran las 5 de la mañana y cuando llegué ya había mucha gente; se hablaba de que no alcanzaríamos boletos y pues la preocupación era mucha.
Alrededor de las 9 am, comenzó el desmadre, pues empezó a avanzar lentamente la fila y la tienda vendía los boletos.
Para controlar a “la fila” se abría la “puertita” del Mixup (así se llama la tienda hasta hoy día) y entraban de tres en tres a comprar sus boletos. Parecía venta clandestina de alcohol o venta de drogas, ya que los veían con ojos juzgadores a los compradores y los dejaban entrar.
Había de cualquier tipo de personas en la fila, rockeros, metaleros, fresas, rucailos de mochilita y la Jornada en la mano, etc… ah y yo.
Yo comencé a platicar con una pareja de chavos delante de mí y eso fue lo que me salvó… De repente el chavo dice: “ahí va fulanito” y le indica a su chica que lo espere. Se tarda un ratito y regresa. Para ello, ya eran las 10:30 y los boletos se terminaban y “la puertita” parecía inalcanzable.
El chavo de adelante me dice: “allá adelante, está un cuate que ya va a entrar y si le damos el dinero, nos compra los boletos”. Dudé, dudé… No sabía si confiar o no, iba solo, me podían quitar mi dinero y me había costado mucho trabajo conseguirlo, además de la regañada que me iban a dar por vender cosas que no eran mías y además no ir al concierto porque perdí el dinero, era imperdonable. Pero no iba a ir al concierto tampoco, porque no iba a alcanzar boletos y no habría otra manera de conseguirlos. Estaba en un dilema y debía decidir rápido.
Le di el dinero al cuate con el que platicaba y el a su vez se lo dio a su cuate que estaba formado. Yo rezaba que alcanzara boletos, que no me llevaran al baile, que pudiera llegar triunfante con mis boletos a casa… y todo se cumplió.
Llegué triunfante con mis boletos a casa, los mostré a mi mujer quien en su expresión mostraba desdeño y su frase de respuesta fue un “ah, qué bien eh”, que sin embargo, no opacó mi triunfo.
En 1997, el 2 de diciembre de ése año, fui a ver a U2 en el psicodélico Pop Mart Tour. Compré los boletos ocho meses antes e hice mil y un desmadres para verlos.
Fui con mi esposa, que era la primera vez que veía tal multitud de personas y el concierto fue de ella. Grito como loca, fue tan extrovertida como nunca lo había sido y hasta hoy día, guardo de ella el mejor recuerdo de ése concierto, que marcó un cambio radical en su vida y en la mía, en la nuestra como pareja.
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Casi nunca hablo de ello, pero mi primer concierto fue en el viejo Auditorio Nacional, antes de su remodelación. Fui a ver con mi hermana mayor pero que es la menor a Pablo Milanés.
Realmente nunca me enteré de cómo se compraron los boletos, o si fueron caros, o si hubo que recogerlos en el infierno, ni nada de eso, dado que a lo mucho tenía unos 10 años de edad. Lo bueno, que no era un completo neófito de la música del trovador cubano, ya que muchos de sus grandes éxitos, los sabía de memoria, pues me gustaban mucho.
Recuerdo la entrada al Auditorio y cómo se hablaba de “un portazo” lo cual se traducía en que los que no tenían boleto, entraran a fuerza al concierto rompiendo las barreras de seguridad de la presentación. Afortunadamente nunca sucedió, porque me hubiera dado mucha tristeza no ver a Pablo Milanés.
Era pequeño y casi no recuerdo el concierto, pero hay dos cosas que nunca olvidaré.
La primera fue la última canción que Pablo tocó: Yo no te pido.
Era de mis favoritas y la canté a pulmón abierto, completamente emocionado de la vibra del público, de la energía del artista, del estar con mi hermana compartiendo ésa dicha.
La segunda es que a la salida me compró mi hermana un separador de libros de piel, que tenía escrito en su frente:
“Yo no te pido que me bajes una estrella azul, solo te pido que mi espacio llenes con tu luz”.
Ojalá conservara ése separador, sería un gran regalo de ésa época.
Ése considero que es el Track #1 del soundtrack mi vida.
Yo no te pido de Pablo Milanés.
3 abr 2010
1 abr 2010
The Soundtrack of my Life
Le dije a la Chitos que yo también haría la lista de reproducción de mi vida.
Espero que el copiar la idea sea algo provechoso y no simplemente embarazoso.
Deberían de ser 16 o 17 canciones aproximadamente, todo depende de todo y ya veremos.
Ciao!
Espero que el copiar la idea sea algo provechoso y no simplemente embarazoso.
Deberían de ser 16 o 17 canciones aproximadamente, todo depende de todo y ya veremos.
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